—Oye—, mi voz se entrecortó, sintiendo un toque de sus colmillos en una zona que solo debería ser para amantes serios. Lo retiré por el cuello, con los vellos erizados mientras él me maldecía en voz baja. —¿En qué demonios acordamos? ¡Sin marcas!—No tenía intención de reclamarte, cálmate—, David gi
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