El Alfa me Rechazó, el Rey Alfa me Reclamó
La vidente profetizó que yo me uniría con el Alfa y daría a luz al heredero más fuerte de la manada.
Por eso, desde pequeña ya estaba decidido que me casaría con el Alfa, para que en el futuro pudiera convertirme en la Luna.
Sacrifiqué toda mi juventud: sangré, luché y soporté. Cada sonrisa, cada paso, cada respiro… todo fue para convertirme en la Luna perfecta.
Pero, ¿qué era lo que realmente estaba esperando?
El día de la ceremonia de parejas, Guillermo apareció acompañado de una chica embarazada de sangre Omega: Luisa.
Frente a todos, Guillermo anunció que, durante una cacería, ella había ingerido por accidente una hierba venenosa, quedando embarazada. Él debía asumir la responsabilidad y casarse con Luisa, para que ella se convirtiera en la nueva Luna.
Al ver su expresión, firme e indiscutible, mi voz tembló al preguntar:
—¿Y yo? ¿Qué voy a hacer?
Él, sin dudar ni un instante, respondió de inmediato:
—Susan, por esa profecía usurpaste el lugar de la futura Luna, disfrutando demasiado tiempo de un privilegio que no te correspondía. Ahora debes ceder tu lugar.
—Pero no te preocupes porque te expulse. Mientras continúes siendo la sirvienta de Luisa para expiar tu culpa, podrás seguir a mi lado por siempre.
Todo quedó en silencio; su mirada era como una montaña aplastándome.
Yo no tenía reacción ni podía pedir nada; solo pude quitarme lentamente el velo y devolver el anillo de compromiso que simbolizaba a la futura Luna.
Cuando el hijo de Luisa nació, era únicamente de sangre Omega.
Fue entonces cuando Guillermo comprendió que la profecía era cierta: solo yo podía engendrar al Alfa destinado a liderar el linaje.
Pero cuando él se arrepintió y me pidió que regresara, ya era demasiado tarde.
Yo ya me había comprometido con el Rey Alfa; ya no le pertenecía.