Sintió un escalofrío por la espalda, Nieves no podía preocuparse de nada más, y forcejeó desesperadamente, presa del pánico, pateó los huevos de Santiago, pues ese era el lugar más vulnerable de un hombre. Nieves consiguió un momento de libertad, se subió a la mesa, queriendo abrir la puerta para escapar, y en el momento en que la puerta se abrió, Nieves vio la esperanza de escapar, pero la bofetada de Santiago le llegó enseguida: —¡Puta, te estás buscando la muerte!—¡Socorro!—¡Suéltame, suéltame, suéltame, no me toques!Nieves había visto la esperanza, ¿cómo iba a estar dispuesta a dejarse arrastrar hacia atrás? Sus manos se aferraron al marco de la puerta con mucha fuerza, negándose a soltarlo.No podía rendirse, ¡nunca!—¿A quién le pides socorro? Soy el dueño de este lugar, ¿quién puede salvarte?—¡Zorra, si no aceptas por las buenas, no tengo más que hacerlas por las malas!Santiago apretó los dientes y pisó la mano de Nieves, y con fuerza, la tiró del pelo, arrastrándola de vue
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