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Capítulo 5

Author: Helena Flores
Era el amigo de Chuck, Fernando Gómez.

El mismo hombre que dijo que sentía un poco de pena por Diana en la fiesta de la otra noche.

Tras conocerse desde hace casi tres años, Diana siempre había tenido una buena impresión de Fernando.

Le respondió: —Vine a hacer unas compras.

Fernando escudriñó la bolsa que ella sostenía: —¿Es un regalo para Chuck?

A Diana le daba pereza dar explicaciones, se limitó a asentir en señal de reconocimiento.

—Esta marca de relojes es carilla, los modelos más básicos cuestan miles como mínimo, realmente no necesitas hacer un regalo tan caro, Chuck...

No se lo merecía.

Él mismo había admitido que no podía desprenderse de Aurelia y que solo utilizaba a Diana como sustituta.

Anoche incluso dejó a Diana de lado y tomó la mano de Aurelia delante de tanta gente e irse juntos.

Luego de que Chuck y Aurelia dejaron la fiesta de cumpleaños, se fueron a un hotel para tener una noche de locos, cosa que Diana no sabía, pero que él lo sabía mejor que nadie.

Tenían un grupo de chat con los amigos del círculo.

Diana no había conseguido entrar en el grupo después de tres años saliendo con Chuck, y en cuanto Aurelia volvió, Chuck la metió en ese grupo.

Por la tarde, Aurelia había enviado inexplicablemente en el grupo una foto de los dos en la cama y había dicho que quería que Chuck se la quedara de recuerdo.

Pero en nada deshizo el mensaje y dijo que lo había enviado por error.

Lo vio por casualidad en ese momento y quiso decir algo, pero al final se contuvo, de todos modos no era asunto suyo, así que era mejor quedarse al margen.

Recordando todo esto, Fernando quiso persuadir a Diana para que lo dejara con Chuck y contarle la verdad, pero cambió de opinión en el último momento.

—A Chuck no le faltan estas cosas, no necesitas gastarte meses de tu sueldo en un regalo tan caro para él.

Después de todo, Chuck era su buen amigo, llevaban más de diez años de amistad, y no podía decir esas cosas a sus espaldas.

E intentó decirle a Diana que quizá a Chuck le importaba un bledo que gastaste meses de su sueldo en un regalo para él.

Pero eso era demasiado duro, y al final no lo dijo.

Por supuesto Diana sabía que Chuck no se lo merecía, pues el regalo no ereea para él, asintió, pero sonrió: —De acuerdo, no haré más.

Diana charló un rato con Fernando y ambos se separaron.

Fernando suspiró mientras observaba la espalda de Diana.

—Uf, qué chica más maja, cómo la ha destrozado Chuck.

Abrió el WhatsApp y no pudo resistirse a mandar un mensaje a Chuck para aconsejarle:

[Amigo, esta novia tuya es realmente buena, me encontré con ella en una relojería comprándote un regalo, se compró uno que cuesta miles de dólares, supongo que se habrá gastado su sueldo de varios meses. Venga, no me enrrollo más, aprecia más lo que tienes].

Chuck estaba cenando con Aurelia cuando recibió este mensaje.

La ira que tenía se disipó en un instante tras ver este mensaje.

Su expresión se suavizó poco a poco.

Parecía que Diana sabía que estaba mal su actitud, y le compró un regalo para pedirle perdón, ya que este era el caso, entonces la perdonará.

Cuando regresara a casa, aceptará su regalo, y de paso también se disculpará con ella, diciéndole que su actitud no fue la correcta, para que no se lo tomara a pecho, y luego le dirá cosas bonitas para complacerla, seguro que a Diana le convencerá todo eso.

—Chuck, ¿qué pasa? ¿Quién te escribe? —preguntó Aurelia, sentada al otro lado de la mesa.

Chuck guardó su celular y dijo sin moverse: —Nada.

Aurelia no hizo más preguntas.

No mucho después, Chuck se levantó para ir al baño y Aurelia tomó el celular que tenía sobre la mesa, le había visto introducir el código y era fácil recordarlo, era su cumpleaños.

Aurelia introdujo su contraseña con rapidez y abrió el WhatsApp.

Lo primero que hizo fue mirar el chat de Diana, las última palabras que intercambiaron fueron hace una semana, Diana le preguntó si el puente del festivo le apetecía salir de viaje juntos, ella quería salir por ahí.

También le compartió algunas recomendaciones de sitios turísticos que le encantaría visitar.

Chuck tardó cinco horas en responder: —¿Qué gracia tiene salir en fechas que sale toda la gente?

Y Diana no volvió a enviar ningún mensaje.

Aurelia echó un vistazo a las atracciones turísticas, con una ligera burla brillando en sus ojos.

Parecía que su relación de tres años tampoco era muy buena, Chuck ni siquiera viajaba con ella.

No había nada inusual en el mensaje de WhatsApp por parte de Diana, y Aurelia salió del chat y vio el mensaje de Fernando.

Aurelia se burló, recordando la actitud despreocupada de Diana en sus dos primeros encuentros.

Pensaba que Diana iba a dejarlo ya, pero le compraba un regalo para pedir perdón, pensando en reconciliarse con Chuck.

Aurelia salió del WhatsApp, bloqueó la pantalla, volvió a poner el celular de Chuck en su sitio, sacó el suyo y llamó a Rosa, la madre de Chuck.

—Hola, Rosa, acabo de ir con Chuck a ver anillos y me he encontrado con su novia, la chica estaba en la tienda probándose anillos, parece que quiere obligarlo a casarse con ella...

...

Diana regresó a la villa con sus regalos y siguió empaquetando.

Metió el regalo para Brayan en la maleta y, mientras lo guardaba, su mente vagó hacia el rostro fresco y apuesto de Brayan.

Ella y Brayan se conocieron hace mucho tiempo.

Sus casas estaban en la misma zona de chalés, a solo doscientos metros de distancia, y los dos solían verse mucho de pequeño.

Brayan era cuatro años mayor que ella, y la primera vez que lo vio fue en la vieja mansión de la familia Iglesias.

Sus padres la llevaron como invitada cuando apenas tenía diez años, mientras que Brayan ya había adquirido el aspecto de protagonista de series para adolescentes.

Diana solo recordaba que se quedó asombrada la primera vez que vio a Brayan.

Su rostro era apuesto, pero sus ojos eran fríos como el hielo.

Mamá le dijo que lo saludara, y lo hizo obedientemenete: —Hola, Brayan.

Y Brayan seguía frío, solo devolvió un seco «hola» de forma indiferente.

En aquel momento pensó que debía de ser muy difícil llevarse bien con aquel chico.

Este malentendido se prolongó durante años.

Luego, cuando estaba en el instituto, no se le daban bien las matemáticas, y la señora Iglesias se enteró por ahí y le dijo al padre de Diana, Santiago, con una sonrisa: —Que Brayan le de a Didi clases particulares de matemáticas, era el mejor en matemáticas en el instituto, ¡sacó matrícula de honor!

Mamá había muerto para entonces y la personalidad de Diana era muy diferente a la de cuando era niña.

En cinco años, Diana había pasado de ser una niña despreocupada a una adolescente callada y rebelde.

—No necesito que me enseñes. —Esas fueron las primeras palabras que le dijo a Brayan cuando entró por la puerta.

Brayan tenía entonces veintiún años, era alto y esbelto, medía más de metro setenta y cinco, vestía una camiseta blanca de manga corta y vaqueros gris oscuro, con un peinado de adolescente que le daba un aspecto más joven.

—Pero yo insisto en enseñarte. —Esa fue su respuesta, con la voz entrecortada por la risa y algunas divagaciones.

Diana pensó que Brayan debía de ser duro y exigente.

La verdad era que no. Después de mirar su examen de matemáticas, Brayan frunció el ceño y empezó a explicarle las preguntas pacientemente.

Mientras repasaba una a una las preguntas erróneas, no había ni un atisbo de impaciencia entre las cejas del chico.

Su voz era grave y agradable, con un ligero ripio, y Diana pensó que las matemáticas tampoco eran tan odiosas si las explicaba él.

Algunas preguntas tenían dos o tres formas de resolverlas y Brayan se las contaba todas.

Los ojos de Diana cambiaron gradualmente de la resistencia y el desdén iniciales a la adoración y la admiración.

—Vaya, Brayan, eres increíble, ¿todavía recuerdas tanto después de tantos años?

—No lo recuerdo todo, repasé el libro de texto antes de venir.

Cuando terminó, hizo una pausa y le dio suavemente un golpecito en la cabeza con el bolígrafo: —A partir de ahora, ¿me mostrarás más respeto?

El verano de su segundo año en bachiller, Brayan fue su profesor particular durante dos meses.

Brayan cursaba el penúltimo año en la Universidad de Kenster y no salió durante casi todo el verano, ya que se pasaba el día dando clases a Diana o ayudándola a revisar trabajos y corregir deberes.

Las vacaciones de verano eran cortas para los estudiantes de secundaria; ella empezó las clases y Brayan aún estaba de vacaciones.

Todos los días, cuando ella regresaba del colegio, veía a Brayan sentado en el sofá del salón, esperando para darle clases.

Gracias a Brayan, sus notas en matemáticas habían pasado de un suspenso a una puntuación casi perfecta.

A Diana le fue bien en todas las demás asignaturas y, sin matemáticas que la frenaran, consiguió entrar en la Universidad de Kenster, donde estudiaba Brayan.

Diana, en aquel momento, solo consideraba a Brayan como un hermano mayor muy simpático.

Le caía muy bien, pero no tenía sentimientos de pareja por él.

Así que cuando papá le dijo que quería que se casara con Brayan, ella no pudo aceptarlo.

Ella solo pensaba en Brayan como su hermano. ¿Cómo podía una hermana casarse con su hermano?

Mientras rememoraba, la puerta del dormitorio se abrió de un empujón y Chuck se situó junto a ella, mirando a Diana: —¿Qué tal va el empaque?

—Bueno, casi lo tengo.

Chuck se apoyó en el marco de la puerta: —Diana, ¿tienes algo que decirme?
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