“¿¡Nadia!?” Oh no, Jonathan no. ¡Maldita sea, se suponía que él no debía saber nada del negocio familiar!"Ahí estamos", ronroneó el demonio en mi mente, el remolino de su influencia a mi alrededor mientras fijaba su mirada en el sacerdote. Allí, a su lado, el prometido de mi hermana, Jonathan, apar
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