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Capítulo 4

Author: Rodrigo Hernández
Sergio no le dio más importancia a la disculpa de Adrián y permaneció arrodillado frente a la tumba de sus padres.

Adrián, acompañado de su guardaespaldas y Carmen, se alejó unos pasos.

—Papá, ese tipo es un descarado —dijo Carmen con desdén—. No tienes idea de lo que ha hecho. Es un ludópata empedernido, acumuló deudas de juego gigantescas, además de que fue arrestado por consumir drogas. Por eso la familia López canceló su compromiso. Si no fuera por Laura, que es una mujer increíblemente capaz, la herencia de sus padres ya la habría derrochado por completo.

Carmen soltó una risa burlona antes de continuar:

—De hecho, si Laura no lo protegiera, hace mucho que los usureros lo habrían matado. Pero como ahora ella ya no le da dinero para seguir apostando y drogándose, se atreve a decir que ella es una malagradecida. La verdad es que el único ingrato aquí es él.

Adrián la miró con curiosidad.

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

—Laura tiene negocios con nuestra familia. Me la he encontrado varias veces y la admiro bastante. En esas conversaciones, escuché varios chismes sobre la familia García.

Adrián asintió.

—He oído hablar de Laura. Es una mujer con mucho talento y estrategias. Pero lo que pase con otras familias no es asunto nuestro. No nos metamos.

Lo que Carmen no sabía era que Sergio, ahora un maestro del reino innato, tenía una audición extraordinaria y escuchó cada palabra con total claridad.

Sus ojos destellaron con furia.

—¡Bien hecho, Laura! Mientras tú te quedas con la riqueza y el poder, destruyes mi reputación. Ya verás…

Apretó los puños con fuerza.

Podía imaginarse que, en el círculo social de Rivora, su nombre ya debía estar completamente manchado.

Sintió una intensa rabia. Deseaba volver a darle su merecido a Laura, esa maldita mujer.

Sergio permaneció un buen rato frente a la tumba antes de levantarse para marcharse.

Pero justo cuando se disponía a irse, escuchó un grito desesperado a la distancia.

—¡Papá! ¿Qué te pasa? ¡Despierta, por favor!

Activando su habilidad de ojos gemelos, Sergio enfocó la escena a más de cien metros de distancia.

Vio que Adrián había caído al suelo, su rostro estaba pálido como el papel y espuma blanca salía de su boca. Su cuerpo convulsionaba de forma incontrolable.

El ataque repentino dejó a Carmen y al guardaespaldas, Pablo Moreno, en estado de pánico.

—¡Rápido, llevemos a mi papá al hospital! —dijo Carmen, tratando de mantener la calma.

Pablo cargó a Adrián en su espalda y comenzó a correr hacia el estacionamiento.

En ese momento, la voz de Sergio sonó firme y segura:

—Desde aquí hasta el hospital más cercano les tomará, al menos, media hora. Si no recibe tratamiento en los próximos diez minutos, morirá.

Carmen se detuvo bruscamente y le dirigió una mirada furiosa.

—¡No digas estupideces! No eres médico, ¿qué diablos sabes tú?

—No soy médico, pero sé de medicina. Y en este momento, soy el único que puede salvarlo —afirmó Sergio con total confianza.

Carmen lo miró con absoluto desprecio.

—¿Y tú quién demonios te crees? No eres más que un ludópata fracasado. No pienses que no sé quién eres.

Luego se dirigió a Pablo con impaciencia:

—Pablo, vámonos de aquí.

Pero Sergio no se movió.

—Dame tres minutos. Si no logro salvarlo, pueden hacer conmigo lo que quieran. Pero si insisten en bajarlo hasta el hospital, no habrá nada que hacer.

Sus palabras hicieron que Carmen y Pablo se detuvieran.

El guardaespaldas dudó un momento y luego dijo:

—Señorita Carmen, ¿por qué no lo intentamos?

Carmen vaciló.

—¿Vas a confiar en este idiota? ¡No hay manera! Mi papá está en peligro, no podemos perder el tiempo.

Sergio se encogió de hombros.

—Ya dije lo que tenía que decir. Crean lo que quieran.

Sin más, comenzó a bajar la colina tranquilamente.

Carmen lo miró con rabia y urgió a su guardaespaldas:

—¡Pablo, apúrate! No podemos perder más tiempo.

Pero Pablo tomó una decisión al instante y bloqueó el paso de Sergio.

—Te dejaré intentarlo. Solo tienes tres minutos. Si en ese tiempo no lo salvas, te romperé el cuello en el acto.

Sergio sonrió fríamente en su interior. Si realmente nos enfrentáramos, no serías rival para mí.

—¡Pablo! —Carmen intentó detenerlo.

Pero Pablo la interrumpió:

—Señorita Carmen, si algo le pasa al señor Adrián, mataré a este tipo y luego asumiré la responsabilidad con mi propia vida. Pero en este momento, tenemos que apostar por esta opción.

Dicho esto, Pablo bajó a Adrián con cuidado.

—Acuéstalo de espaldas y desabrocha su camisa.

Aunque Sergio había heredado los conocimientos médicos de su maestro, esta era su primera vez tratando a alguien, por lo que sintió una ligera tensión.

Mientras hablaba, sacó unas agujas doradas.

Luego, con precisión, clavó cinco agujas de diferentes longitudes en puntos clave del cuerpo de Adrián.

Era la legendaria técnica de agujas de la restauración celestial, el mejor método de acupuntura que existía, capaz de tratar múltiples dolencias con gran eficacia.

Sergio sostuvo una de las agujas entre sus dedos y comenzó a manipularla con un ligero movimiento.

Pablo, con su aguda vista, notó algo inusual: los dedos de Sergio no tocaban directamente la aguja, pero esta se movía sola hacia arriba y hacia abajo.

Un escalofrío recorrió su espalda.

¿Está controlando la aguja con energía espiritual? ¿Podría ser que este chico es un maestro del reino innato?

Sacudió la cabeza con incredulidad.

—¡Imposible! Apenas tiene poco más de veinte años… ¡No puede haber alcanzado el reino innato!

Pablo mismo tenía un gran talento. Había entrenado intensamente durante más de veinte años y solo había alcanzado el sexto nivel del reino postnatal. Para él, era inconcebible que alguien tan joven pudiera ser un maestro del reino innato.

De repente, Carmen miró su reloj y se impacientó.

—¡Tres minutos están por cumplirse y mi papá sigue inconsciente! ¡Sabía que eras un farsante!

Con furia en los ojos, ordenó:

—¡Pablo, mátalo!

—¡Cállate y no molestes! —rugió Sergio—. Aún no han pasado los tres minutos. ¿De qué te desesperas?

—¡Tú! —Carmen estaba furiosa. No podía creer que ese tipo tuviera el descaro de gritarle así.

Pablo, en cambio, intentó calmarla.

—Señorita Carmen, tenga paciencia.

—¡Está bien! Te quedan treinta segundos. Quiero ver cómo te justificas cuando no pase nada.

Carmen apretó los labios y se cruzó de brazos, observando cada segundo en su reloj.

Mientras tanto, Sergio comenzó a retirar las agujas.

—¿Por qué no ha despertado todavía? ¡Sabía que eras un impostor! —Carmen volvió a gritar.

Justo en ese momento, Adrián tosió violentamente un par de veces y, de repente, abrió los ojos.

Carmen y Pablo quedaron completamente atónitos.

—¡Papá! ¡Por fin despertaste! ¿Cómo te sientes?

Carmen lo ayudó a incorporarse con preocupación.

Adrián parpadeó varias veces y frunció el ceño.

—Hace un momento sentí un dolor agudo en el pecho… ¿Qué pasó?

Se tocó el pecho, pero ahora no sentía ninguna molestia.

—Tuviste un infarto repentino —explicó Sergio con calma.

Pablo le relató todo lo sucedido mientras Adrián escuchaba con sorpresa.

Finalmente, comprendió que Sergio le había salvado la vida.

Adrián se puso de pie y, con una expresión solemne, inclinó la cabeza en señal de gratitud.

—Joven, le agradezco de corazón que haya ignorado nuestras diferencias y me haya salvado la vida. No esperaba que alguien tan joven tuviera habilidades médicas tan asombrosas. Ha sido un error de nuestra parte subestimarlo.

Carmen, sin embargo, aún se negaba a aceptar la realidad.

—¿Qué habilidades médicas podría tener? Seguramente fue pura suerte. Tal vez mi papá solo se desmayó y no era nada grave.

Su orgullo no le permitía aceptar que un don nadie como Sergio le hubiera demostrado estar equivocada.

Pero Sergio no se molestó. Simplemente sonrió y dijo:

—Puedes pensar lo que quieras. Pero sin mi ayuda, tu padre podría haber muerto.

—¡Cómo te atreves a hablar así de mi padre!

Carmen se enfureció y, señalándolo con el dedo, estuvo a punto de lanzarse sobre él para darle una lección.

Pero en ese instante, Adrián alzó la voz con autoridad:

—¡Cállate!

Su tono era tan imponente que Carmen se quedó helada.

—¡Discúlpate con este joven ahora mismo!

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