Mil Divorcios Y Un Escape
Divorciados y vueltos a casar. Ya ni sé cuántas veces Aaron y yo hemos pasado por lo mismo.
Antes me trataba como si yo fuera lo más valioso para él, pero no había pasado ni un año de la boda cuando me pidió el divorcio por primera vez.
La razón era sencilla: Vivian iba a regresar.
—Vivian es una figura pública —me dijo—. No quiero que nadie piense que se está metiendo con un hombre casado.
Esa actriz de cuarta no era nadie si no fuera por el sacrificio de su padre. Le dieron un balazo que iba para Aaron. Una vida por otra.
Y por eso, Aaron sentía que le debía todo. Cada vez que Vivian volvía al país, Aaron se divorciaba de mí.
Y cada vez que se iba, nos volvíamos a casar. La primera vez que terminamos, ahogué mis penas en whisky y volví a su casa a tropezones, medio borracha.
Las luces de la casa se veían cálidas. Estaba con ella. Y yo me quedé afuera, temblando de frío, resistiendo la noche entera.
La segunda vez, le seguí el rastro a todos lados; restaurantes, subastas, galas de beneficencia, solo para “encontrármelo por accidente” una y otra vez.
Con el tiempo, aprendí. En cuanto mencionaba el divorcio, yo hacía mi maleta en silencio y me iba de su mansión sin hacer ruido.
Mi amor y la humillación me mantuvieron atrapada en ese ciclo interminable de rupturas y reconciliaciones.
Pero esta vez, cuando Aaron me esperó en el registro civil para volver a casarnos, no fui.