Cuenta regresiva al adiós
Todo comenzó cuando mi esposo Carlos Rivera tomó una decisión que me abrió los ojos. Mientras yo estaba atrapada en un elevador sufriendo un ataque de claustrofobia, él prefirió llevarle medicinas para el resfriado a su asistente. Ese fue el momento en que decidí divorciarme.
Cuando le presenté los papeles del divorcio, Carlos los firmó entre risas, comentándole con arrogancia a su amigo:
—Solo está haciendo un berrinche. Sus padres ya fallecieron, es imposible que realmente se divorcie de mí.
—Además —continuó—, el periodo de reflexión para el divorcio es de treinta días, ¿no? Si se arrepiente y yo, magnánimamente, decido no tenerlo en cuenta, seguro regresará.
Al día siguiente, publicó una foto con su asistente como pareja, escribiendo: "Documentando cada uno de tus adorables momentos."
Fui contando los días.
Tranquilamente empaqué todas mis cosas y realicé una llamada.
—Tío, ayúdame a comprar un boleto de avión a Nueva York.
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