Lágrimas de Cenizas
Mis padres, reconocidos filántropos y las personas más ricas del país, siempre fueron generosos con todo el mundo, pero conmigo las reglas eran diferentes. Como su hija, cualquier gasto que superara un dólar requería su autorización. El día en que me diagnosticaron cáncer terminal, reuní el valor para pedirles quince dólares. Su respuesta no fue ayudarme, sino un sermón interminable de tres horas.
—Eres joven, ¿qué clase de enfermedad podrías tener? Ni siquiera te tomaste la molestia de inventar una excusa mejor para pedir dinero —me dijo mi padre, con el desprecio grabado en cada palabra.
—¿Tienes idea de cuánto tiempo podrían sobrevivir los niños de las zonas más pobres con quince dólares? Tu hermana menor tiene más sentido común que tú —agregó mi madre con frialdad.
Con el cuerpo agotado y el alma hecha pedazos, salí de aquella casa. Caminé varios kilómetros de regreso al almacén abandonado, sintiendo el peso de cada paso. Al pasar frente a un centro comercial, una pantalla gigante mostraba la última noticia: mis padres alquilaba un parque de diversiones entero por una suma exorbitante, solo para complacer a mi hermana adoptiva.
Las lágrimas que había contenido durante tanto tiempo rompieron la barrera del orgullo y comenzaron a brotar sin control.
15 dólares, ni siquiera alcanzaba para una sesión de quimioterapia. Solo quería comprar un vestido nuevo para despedirme de esta vida con dignidad.
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