Regina vio a Jimena alejarse de la cafetería. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Permaneció sentada un largo rato antes de llamar al mesero para pedir la cuenta y, finalmente, levantarse para marcharse....Al bajar del taxi, sonó el celular de Regina.Era un número desconocido.Le punzaba la cabeza y no tenía ganas de contestar, así que colgó sin más.Apenas había guardado el celular en el bolso cuando volvió a sonar. Era el mismo número.Regina, ya fastidiada, contestó. Estaba a punto de hablar cuando la voz al otro lado la interrumpió con una pregunta agresiva.—¡Regina! ¿Tú le metiste ideas a Jimena para cortara conmigo?Maximiliano rara vez la llamaba por su nombre completo.Por el mensaje que le había mandado esa mañana, notó que él estaba preocupado por ella.Pero ahora estaba furioso. Y era por Jimena.Sintió una opresión dolorosa en el pecho. Se detuvo en la entrada de la privada y cerró los ojos.—Maximiliano, espero que ni tú ni Jimena vuelvan a cruzarse en mi
Regina regresó al departamento de Andrea.Dejó la maleta junto a la pared de la sala y se dejó caer, agotada, en el sofá. Se quedó ahí sentada, con la mirada perdida, vacía.Perdió la noción del tiempo hasta que el timbre de su celular la sacó de su ensimismamiento. Al ver quién llamaba, arrugó la frente con fastidio. Dudó un instante, pero finalmente contestó.—Sí, ¿Doña Carmen? ¿Pasa algo?—Señorita Regina, es que... el joven Max me pidió que revisara su cuarto... y parece que faltan algunas prendas, unas joyas... y tampoco aparecen dos bolsos de piel de cocodrilo... Dice que si no los devuelve de inmediato, él... bueno, tomará acciones legales para recuperarlos.La voz de Doña Carmen se fue apagando; era evidente que le costaba decir aquello.Regina no lo podía creer. Jamás imaginó que Maximiliano pudiera caer tan bajo. Sintió una oleada de furia recorrerla y replicó, indignada:—¡Yo no agarré nada de eso! ¡Hasta revisaron mi maleta! ¿¡De dónde saca que fui yo!?—Señorita, por favor
Era noche de reunión. Varios muchachos de buena familia se habían congregado para jugar cartas y beber.Maximiliano vio las pésimas cartas que le tocaron e hizo una mueca de disgusto. Alargó la mano hacia la cajetilla que tenía al lado y encendió un cigarro.Héctor Vargas le echó una mirada.—¿No que ibas a dejar de fumar, Max? —comentó divertido—. ¿Ya recaíste?Maximiliano no había dicho nada aún, cuando otro lo picó:—¿Sí, Maximiliano? ¿No que ya no fumabas? Si llegas apestando a cigarro a la casa, ¿no te preocupa que Regina no te deje ni entrar?—¡Cállate, imbécil! ¡Nadie te pidió tu opinión!Su reacción inesperada dejó a todos desconcertados.Héctor le dio un puntapié al que había hablado.—Maximiliano ya tiene novia, ¿eh? —dijo con aire cómplice—. Si la señorita Torres oyera estas cosas, no le gustaría nada. Mejor ya no digas esas babosadas.Se conocían desde niños, eran como hermanos. Siempre se habían llevado pesado, bromeando sin filtro, pero nunca pasaba a mayores. Era la pri
Cuando el último paciente de la mañana se retiró, Gabriel se quitó la bata blanca, se lavó las manos y tomó su celular para hacer una llamada.—Salgo en un momento.La voz al otro lado de la línea sonaba entre el bullicio. Era Mateo, hablando con su habitual tono escandaloso.—¡Gabriel! Ya me vine al comedor con los demás. Esa supuesta sobrina tuya lleva un buen rato esperándote afuera. Como casi nunca viene, llévala a comer algo rico por ahí, ¿no?Gabriel, que ya se dirigía a la puerta con el celular en la mano, se detuvo justo antes de girar la manija, mostrando confusión.—¿Sobrina?—¡Sí, hombre! La chica guapa que vimos en la disco anteanoche. ¿No te dijo tío o algo así?Mateo continuó, mientras de fondo se oía un ligero alboroto.—¡Oigan, no empujen! Te iba a buscar para avisarte, pero ella no me dejó. Dijo que no quería molestarte mientras trabajabas, así que se quedó esperando afuera. Muy considerada ella.—Bueno, ya me toca pedir. Mejor apúrate y llévatela a comer. A esta hora
La impaciencia y la marcada indiferencia eran visibles en la expresión de Gabriel. Regina le sostuvo la mirada, sin mucho aplomo; era evidente que él quería marcar distancia, como si quisiera fingir que no la conocía después de lo ocurrido, temeroso de que ella intentara algo más. Si Regina tuviera un mínimo de amor propio, no debería insistir.Sin embargo, al recordar que Maximiliano y Jimena la habían estado engañando juntos desde el año pasado, la rabia que sentía era difícil de aplacar. Gabriel no solo era el hombre del que Jimena había estado enamorada durante cuatro años sin ser correspondida; también superaba a Maximiliano en todos los aspectos. Los amigotes de Maximiliano estaban convencidos de que ella solo se hacía la difícil, seguros de que no encontraría a nadie mejor que él. Aunque fuera por puro orgullo, Regina tenía que conquistar a Gabriel.—¿Me pasas tu número? Regina sacó el celular. Al ver que Gabriel la observaba con fijeza, inmóvil, improvisó a toda prisa.—M
—¿Te acuerdas de lo que me dijiste ayer?Claro que recordaba lo que había dicho apenas ayer. Lo que Regina no imaginó fue que se arrepentiría tan pronto. «¡Si hubiera aceptado sin más ayer, me habría ahorrado esta incomodidad!»—¡Lo dije porque no quería que sintieras que tenías que estar conmigo a la fuerza, solo por compromiso!Regina recalcó la palabra «fuerza». Apretó con nerviosismo el bolso sobre sus rodillas; aunque por dentro se sentía insegura, mantenía una sonrisa amable.Gabriel Solís la observó en silencio.Tras un momento, él apenas curvó los labios.—¿Entonces no quieres que me haga responsable?«Si le digo que no, seguro aprovechará para quitarme de encima. Me va a rechazar de inmediato.»Se acomodó un mechón de cabello con un gesto estudiado. Su tono fue ligero, casi despreocupado.—Me enteré de que no tienes novia, y yo tampoco tengo novio. ¿Qué tal si lo intentamos?—No, gracias. Por ahora no tengo planes de ese tipo.Gabriel tomó su celular y se puso de pie. Le dir
Al entrar al comedor, vio que ya casi no quedaba gente; había mesas vacías por todas partes.Mateo, muy amable, acompañó a Regina a servirse. La comida era tipo buffet, tanto carne como verdura, costaba lo mismo según el peso.Solo que ya casi no quedaban guisos de carne, la mayoría de las opciones eran verduras. Aquel cerdo salteado tan rico que había mencionado Mateo ya se había terminado, y del pollo asado con nuez solo quedaban piezas con poca carne, como alitas.Regina se sirvió un poco de berenjena, coliflor y alguna otra verdura, además de un trozo de pescado frito.Mateo pagó por ella con su tarjeta.En una mesa de cuatro, Mateo se sentó junto a Gabriel.Regina se sentó frente a Mateo. A su lado había un lugar libre, donde ya había una bandeja con comida.—¿Y la doctora Márquez?— preguntó Regina.Mateo señaló con el mentón.—¡Ahí está!—Regina siguió la dirección indicada y vio a Elena esperando junto a una ventanilla.Al poco rato, llegó con un tazón humeante de arroz y lo de
La vitrina de Regina exhibía principalmente pequeñas piezas de joyería, con precios que rondaban los cien o doscientos dólares. Al no ser costosas, si a un cliente le gustaba el diseño, sus colegas podían cerrar la venta por ella. Sin embargo, nadie se atrevía a vender piezas como las pulseras de esmeralda, cuyo valor superaba los mil dólares.El negocio de esmeraldas era complejo y las ganancias podían ser sustanciales. Una misma pulsera de esmeralda, con buen color y calidad, podía venderse a precios que variaban en cientos o incluso miles de dólares dependiendo de quién la vendiera. Regina no contaba con un gran capital, por lo que sus piezas eran de un rango de precios entre tres mil y cinco mil dólares. Revenderlas le dejaba una ganancia modesta de doscientos o trescientos dólares, y en el mejor de los casos, cuatrocientos o quinientos; más de lo que obtenía diseñando. Además, justo el día anterior había tenido un gasto considerable, así que recuperar doscientos o tresciento
Regina por fin comprendió por qué el refrigerador estaba tan repleto: Gabriel Solís había contratado a una señora para cocinar. Justo en ese momento, la observaba mientras empacaba en bolsas toda la comida del día anterior que aún podía comerse, claramente con la intención de deshacerse de ella.—¿Ya va a tirar eso?—El doctor Solís tiene el estómago delicado, no puede comer nada recalentado.Regina acababa de usar precisamente sobras para preparar la cena. Pensó que ni siquiera las verduras del mercado o del súper garantizaban ser del día. Le pareció una exageración, una verdadera manía.—Señora, ¿no quiere mejor dejármela a mí? Yo me la llevo mañana.La señora, doña Rosa, dirigió una mirada indecisa a Gabriel.—Hay más en el refri. Llévatela.—Claro que sí.Doña Rosa tomó las bolsas con rapidez, dispuesta a irse, pero a medio camino se dio la vuelta y comentó con una sonrisa cómplice:—Es la primera vez que lo veo traer una muchacha a casa. ¡Qué guapa es su novia!No era la primera v
El cielo amenazaba tormenta y todo el mundo se apresuraba a volver a casa. Cada vez que el autobús paraba, una multitud se agolpaba para subir; la gente en la parada se renovaba una y otra vez.Al final, solo quedó ella.Regina no sabía adónde ir.Un Maybach negro se detuvo junto a la parada. La ventanilla bajó, revelando el rostro atractivo y familiar de Gabriel.—Súbete.Regina se quedó perpleja un instante, pero reaccionó con rapidez. Murmuró un "ah" casi inaudible, recogió su bolso y subió al asiento del copiloto.Gabriel arrancó, alejándose de la parada.Al ver la dirección que tomaba, Regina se apresuró a decir:—Si quieres, déjame en cualquier hotel.Y añadió enseguida:—No tiene que ser de lujo, uno sencillo, de los económicos, está bien.Gabriel detuvo el carro en un cruce y se giró hacia ella.—¿Te peleaste con ella?Regina se sonrojó y desvió la mirada.—No... para nada... Es solo que Andi está con su novio y no quería molestar.Su reacción delató la verdad y Gabriel intuyó l
—Si para ustedes vale más una adoptada que su propio hijo, ¡pues me largo de aquí!Maximiliano se dirigió hacia la puerta.Su madre temblaba de rabia.—¡Maximiliano, te vas a arrepentir!Maximiliano vaciló apenas un instante, pero enseguida reanudó la marcha y salió a grandes zancadas....Regina regresó a la tienda con unos tés helados.El ambiente en la tienda estaba raro. Regina, extrañada, preguntó:—¿Qué pasó?—Acaba de venir la jefa a ver cómo iba todo.Regina asintió. Andrea le había dicho que hoy pasaría a buscarla a la tienda.—¿Y dónde está?—Ya se fue.Una compañera repartió los tés, les puso popote y, después de dar un sorbo, continuó:—Hoy la jefa andaba de un humor pésimo. Se puso como loca, hasta le gritó a Vero y la hizo llorar.—¡Ay, claro que no lloré! —protestó Vero.—¡Pero si tenías los ojos rojos!Otra compañera asintió también y comentó, todavía con algo de temor:—Uf, sí da miedo cuando se enoja la jefa. Ni yo me atreví a decir nada. ¿No será que ya le va a bajar?
A Regina se le llenaron los ojos de lágrimas al escucharla.Si tanto había deseado estar con Maximiliano, era en gran parte por formar parte de esa familia, porque la señora y el señor Valderrama la habían tratado como a una hija.—Regi, ya no me voy a meter en lo tuyo con Max, pero tienes que volver a casa. Las cosas están complicadas ahora, es peligroso que una chica viva sola por ahí, ¡no me quedaré tranquila!—Ahora vivo con Andi, no se preocupe por mí, ¡estoy muy bien!—¿Andi?La señora Valderrama sabía que la mejor amiga de Regi era la hija de los Sáenz.—¿Vive sola?—Sí, Andi compró un departamento y me mudé con ella. Estamos muy contentas juntas.La señora Valderrama sabía que los Sáenz eran una familia acomodada y que Andrea era hija única, la adoraban. Si Regi vivía con ella, no debería haber problema.Sin embargo, suspiró.—Pero no estás aquí, ¡y te extraño, Regi!—¿Y si le pido a Max que se mude y tú regresas conmigo, sí?Regina sonrió con suavidad.—Señora, si me extraña,
—¡Qué tonterías estás diciendo!Alicia no podía creer lo que oía de su hijo. Conocía perfectamente el carácter de Regi, mejor que nadie.Cada vez que esa muchacha estaba cerca de Maximiliano, la ilusión y el cariño le brillaban en los ojos, eran imposibles de disimular.—Mamá, si no me crees a mí, que soy tu hijo, ¡pregúntale a ella!Las miradas de los presentes convergieron en Regina.Aunque no quería decepcionar a Alicia, tampoco deseaba seguir enredada con un patán como Maximiliano.—Alicia, ya tengo novio.El asombro se dibujó en el semblante de Alicia.—¿Regi? Pero ¿no te llevabas muy bien con Maximiliano?«Apenas llevamos fuera quince días mi marido y yo... ¿Cómo es que estos dos ya andan cada uno por su lado?».—Maximiliano y yo… es que siempre lo vi como un hermano. Nunca hubo otro tipo de sentimientos.Maximiliano clavó en ella una mirada oscura, difícil de interpretar.—Pero, Regi, cuando te pregunté si querías casarte con mi hijo, parecías muy contenta, ¿no?—Fue una tonterí
Regina estaba en la tienda ayudando a una clienta a probarse un vestido cuando recibió la llamada de la señora Valderrama. Se disculpó con su colega y tomó un taxi de regreso a la residencia de los Valderrama.Doña Carmen la esperaba afuera. En cuanto la vio, le contó que los señores habían regresado de su viaje y que, al enterarse de que se había mudado, se habían puesto furiosos. Ahora mismo tenían a Maximiliano en casa, reprendiéndolo.—Señorita Regina, debería volver a casa —la instó doña Carmen—. La señora la quiere mucho, ¿sabe? Hasta le trajo regalos del viaje. En cuanto llegó, preguntó por usted, ¡ni siquiera por el señor Maximiliano! Para ella, usted es como una hija, ¡más importante que su propio hijo!Doña Carmen seguía hablando, pero Regina no respondió. Al acercarse a la puerta, oyó los gritos furiosos de un hombre desde el interior:—¡Si piensas meter a esa actrizucha a esta casa, va a ser sobre mi cadáver!—¡Crash!—El sonido de algo estrellándose contra el suelo resonó
Regina se quedó paralizada.Gabriel Solís, al ver que no respondía, sintió que su comentario había estado un poco fuera de lugar y rectificó con rapidez:—Siéntate, por favor. Le digo a don Luis que venga a llevarte.—No, es mucha molestia. Mejor me quedo aquí esta noche.Gabriel, que justo iba a tomar el celular, alzó la mirada al escucharla.Regina se sintió un poco descubierta. Se tapó la boca con la mano disimulando un bostezo.—Este… ya me dio sueño. ¿Cuál es el cuarto de visitas? Ya me quiero ir a dormir.—Es el segundo de allá.—Ok.Regina se dirigía hacia donde le señaló, pero tras un par de pasos, recordó algo y se volteó, algo apenada:—Pero… no traje ropa para cambiarme.Gabriel se levantó, fue a su cuarto y regresó con una camisa limpia.Al ver que le ofrecía una prenda suya, Regina sintió que se le subían los colores.La luz del salón iluminaba el ligero rubor en las mejillas de la joven. Gabriel lo notó.—Está nueva.—Ah, gracias.Regina tomó la camisa, entró al cuarto de
Recibió una llamada de la caseta de vigilancia del fraccionamiento. Gabriel dio la autorización y, al poco rato, sonó el timbre.Se puso las pantuflas y fue a abrir. Al abrir la puerta, se encontró con una mujer.Su expresión denotó contrariedad.—¿Qué haces aquí?Regina levantó la bolsa que traía.—¿No fuiste tú quien me mandó un mensaje por WhatsApp para que te trajera medicinas?Gabriel miró la bolsa de plástico con las cajas de medicina. Estaba empapada por la lluvia y aún estaba escurriendo.Regina también estaba mojada. La blusa no tanto, pero los pantalones, de las rodillas para abajo, estaban completamente empapados, igual que sus zapatos. Un pequeño charco ya se había formado a sus pies.Al notar la mirada fija de Gabriel, Regina supo que no era bienvenida. Sintió una presión en el pecho, pero recordó que él la había ayudado ese día y decidió no darle importancia. Le tendió la bolsa.—Ten, ya me voy.Gabriel tomó la bolsa. Regina se dio la vuelta, dispuesta a marcharse.—¿Podr
—¡Ya sé! A Héctor le gustan las mujeres con experiencia, de esas imponentes que toman el control en la cama. Regina es demasiado modosita, ¡Héctor se aburriría con ella!La ocurrencia provocó una carcajada general.Héctor le dio una patada amistosa al que había hablado y dijo una maldición entre dientes. Cuando su sonrisa se desvaneció, se volteó hacia Ricardo y le advirtió:—Regina ya tiene novio, déjala en paz. Si resulta que el tipo es problemático, te vas a meter en un lío gordo.—¿Pues no estamos aquí casi todos los importantes de la Ciudad de México? Pocas familias se comparan con los Luna. ¿A poco crees que Ricardo le va a tener miedo a un noviecito de Regina que ni la cara da?—A menos que a ti, Héctor, te interese Regina, yo me encargo de que Ricardo la conquiste. ¡De su novio me ocupo yo!Héctor vio que, a pesar de su insistencia, seguían sin tomarlo en serio, como si fueran unos completos ingenuos. Su expresión relajada se endureció.—Siempre hay alguien más arriba, ¿entiend