Al entrar al comedor, vio que ya casi no quedaba gente; había mesas vacías por todas partes.Mateo, muy amable, acompañó a Regina a servirse. La comida era tipo buffet, tanto carne como verdura, costaba lo mismo según el peso.Solo que ya casi no quedaban guisos de carne, la mayoría de las opciones eran verduras. Aquel cerdo salteado tan rico que había mencionado Mateo ya se había terminado, y del pollo asado con nuez solo quedaban piezas con poca carne, como alitas.Regina se sirvió un poco de berenjena, coliflor y alguna otra verdura, además de un trozo de pescado frito.Mateo pagó por ella con su tarjeta.En una mesa de cuatro, Mateo se sentó junto a Gabriel.Regina se sentó frente a Mateo. A su lado había un lugar libre, donde ya había una bandeja con comida.—¿Y la doctora Márquez?— preguntó Regina.Mateo señaló con el mentón.—¡Ahí está!—Regina siguió la dirección indicada y vio a Elena esperando junto a una ventanilla.Al poco rato, llegó con un tazón humeante de arroz y lo de
La vitrina de Regina exhibía principalmente pequeñas piezas de joyería, con precios que rondaban los cien o doscientos dólares. Al no ser costosas, si a un cliente le gustaba el diseño, sus colegas podían cerrar la venta por ella. Sin embargo, nadie se atrevía a vender piezas como las pulseras de esmeralda, cuyo valor superaba los mil dólares.El negocio de esmeraldas era complejo y las ganancias podían ser sustanciales. Una misma pulsera de esmeralda, con buen color y calidad, podía venderse a precios que variaban en cientos o incluso miles de dólares dependiendo de quién la vendiera. Regina no contaba con un gran capital, por lo que sus piezas eran de un rango de precios entre tres mil y cinco mil dólares. Revenderlas le dejaba una ganancia modesta de doscientos o trescientos dólares, y en el mejor de los casos, cuatrocientos o quinientos; más de lo que obtenía diseñando. Además, justo el día anterior había tenido un gasto considerable, así que recuperar doscientos o tresciento
Después de la cena en el restaurante japonés con sus colegas, Regina pidió un taxi para volver a casa. El carro se detuvo en el semáforo de un cruce, esperando entre el tráfico. Regina miró la hora en su celular, y justo en ese instante, el aparato vibró.Una llamada entraba.Al ver el nombre de Héctor Vargas en la pantalla, la primera reacción de Regina fue dejarlo sonar.Sin embargo, recordó las palabras de Lisa ese día y terminó por aceptar la llamada. Su voz sonó distante.—¿Qué necesitas?—¡Tienes que venir ya al 1997!Regina estaba a punto de negarse, pero Héctor continuó, con urgencia notable en su voz:—Andrea me acaba de marcar. Preguntó dónde estaba Maximiliano y le di la dirección… Seguro viene para acá hecha una furia. ¡Me da pánico que arme un escándalo!—¡Voy para allá!En ese momento, el semáforo cambió a verde. Regina le indicó al conductor que diera vuelta en esa misma esquina....Por suerte, no estaba lejos del 1997. Unos diez minutos después, el taxi se detuvo fre
Mateo no tardó en responderle, confirmando que Gabriel Solís se había comido hasta el último bocado de la comida que ella le había enviado.Regina se sorprendió; pensó que Gabriel la tiraría directo a la basura.Mateo añadió enseguida:[¡Es la primera vez que veo a Gabriel comer tan bien! Regi, ¿de dónde era la comida? ¡Mañana pido algo de ahí para probar!]Regina, que hasta ese momento dudaba de sus posibilidades de conquistar a Gabriel, sintió una chispa de confianza al leer las palabras de Mateo.[Lo hice yo.]Del otro lado, la respuesta tardó en llegar.[¡¡¿Sabes cocinar?!!]Regina envió un emoji de satisfacción.La indicación de que estaban escribiendo apareció y desapareció varias veces.Regina se quedó mirando la pantalla. Pasó un buen rato antes de que Mateo finalmente enviara otro mensaje:[¿Cómo que Gabriel deja que tú, que eres como su sobrina, le cocines? ¡Eso es pasarse contigo!]Regina no mencionó sus intenciones con Gabriel; simplemente se inventó una excusa.[Me ayudó c
—¿Aprovecharme?Gabriel Solís levantó una ceja e intentó mantener distancia entre ambos.Regina, sin asomo de rubor ni titubeo, asintió.—Ese día bebí demasiado, no estaba consciente. Tener relaciones con una mujer que no está en sus cinco sentidos es violación. ¿O acaso el señor Solís no conoce ni lo básico de leyes?El semblante de Gabriel se endureció visiblemente, la línea de su mandíbula marcada con tensión. Guardó silencio un instante antes de decir, con una calma que desgarraba:—Puedes ir a denunciarme.«¡Qué descarado!», pensó Regina, sintiendo la frustración crecer. «No me da ni la más mínima tregua. Este hipócrita debe estar segurísimo de que no me atrevo a hacer un escándalo».Ya casi había dejado atrás lo de esa noche, pero verlo ahí, tan impávido, tan cínico, le revolvió las entrañas.—Gabriel, tampoco te hagas el santo —le espetó, incapaz de contenerse más—. Como si tener algo que ver conmigo fuera lo peor que te pudiera pasar. Te atraigo, y tú lo sabes. Esa noche, aunqu
Gabriel encontró la cafetería y, al empujar la puerta, distinguió de inmediato a las dos personas sentadas junto a la entrada.En cuanto la señora vio a su nieto, se levantó radiante de la silla, lo tomó de la mano y lo llevó hasta Regina. Con una sonrisa amplia, anunció:—Mira, Gabo, te quiero presentar a alguien. ¡Si no hubiera sido por Regi hoy, quién sabe qué me habría pasado!La señora, entre emocionada y prolija, le contó a su nieto todo lo ocurrido ese día.Al terminar, recalcó con solemnidad:—Regi me salvó la vida, Gabo. ¡Tienes que agradecérselo como se debe de mi parte!Gabriel observó la cara sonriente de la mujer, pero su propia expresión se endureció visiblemente.Regina se puso de pie y lo saludó.—Doctorcito Solís, ¡qué coincidencia encontrarnos de nuevo!La abuela se mostró sorprendida.—¿Cómo? ¿Ya se conocían?Gabriel permaneció en silencio, con el semblante serio.Regina sonrió y explicó:—Señora, soy Regina Morales. Mi mamá era Irene Herrera, ¿no se acuerda?—Ah… ¿
Todos habían escuchado lo que Andrea Sáenz acababa de decir por teléfono.Andrés, picado por la curiosidad, se inclinó para observar mejor. Su hermano, Héctor, solía juntarse con el grupo de Maximiliano, así que, naturalmente, tenía alguna vaga idea de quién era Regina.—¿Regina? ¿No es la que andaba pegada a Gabriel antes?Sebastián Sáenz miró con aire burlón al tipo que tenía enfrente.Andrés posó la vista en Gabriel y rebuscó en su memoria.—Ahora que lo dices, creo que sí. ¡Es cierto!—Esa chica, desde niña se veía que iba a ser guapísima. Y no decepcionó, está muy bella, y qué bien se puso...Gabriel tiró las cartas sobre la mesa y se levantó de golpe.Sebastián y Andrés lo miraron extrañados.Con expresión seria, Gabriel anunció:—Me acordé de que tengo un pendiente. Sigan ustedes.Dicho esto, se fue....El hermano de Andrea no tardó en responder: estaba dispuesto a hacerle el favor.Regina sintió por fin que le quitaban un peso de encima.Ese viernes, Andrea la llevó a un saló
Lisa tuvo que atender a otros invitados, dejándolos para que charlaran entre ellos.En cuanto se fue, varias de las jóvenes de sociedad se acercaron a Maximiliano, y Jimena se convirtió de inmediato en el centro de sus halagos.Regina decidió buscar un rincón tranquilo para estar sola y marcharse después de que repartieran el pastel.—Regi, ¿sigues enojada conmigo?Ante la pregunta de Jimena, el murmullo de las conversaciones se apagó de golpe y todas las miradas volvieron a clavarse en ellas.Regina se detuvo y observó cómo Jimena se acercaba. Con expresión distante, replicó:—¿No habíamos quedado en que, si nos volvíamos a ver, haríamos como si no nos conociéramos?—Regi, ¿todavía me culpas? —Las lágrimas asomaron de inmediato a los ojos de Jimena—. Ya hice lo que querías, terminé con Maximiliano. ¿No podemos volver a ser como antes?—Regina, ya te advertí que dejaras en paz a Jimena. ¡¿A poco crees que no me atrevo a ponerte en tu lugar?!Maximiliano se acercó con el gesto endurecid
Regina por fin comprendió por qué el refrigerador estaba tan repleto: Gabriel Solís había contratado a una señora para cocinar. Justo en ese momento, la observaba mientras empacaba en bolsas toda la comida del día anterior que aún podía comerse, claramente con la intención de deshacerse de ella.—¿Ya va a tirar eso?—El doctor Solís tiene el estómago delicado, no puede comer nada recalentado.Regina acababa de usar precisamente sobras para preparar la cena. Pensó que ni siquiera las verduras del mercado o del súper garantizaban ser del día. Le pareció una exageración, una verdadera manía.—Señora, ¿no quiere mejor dejármela a mí? Yo me la llevo mañana.La señora, doña Rosa, dirigió una mirada indecisa a Gabriel.—Hay más en el refri. Llévatela.—Claro que sí.Doña Rosa tomó las bolsas con rapidez, dispuesta a irse, pero a medio camino se dio la vuelta y comentó con una sonrisa cómplice:—Es la primera vez que lo veo traer una muchacha a casa. ¡Qué guapa es su novia!No era la primera v
El cielo amenazaba tormenta y todo el mundo se apresuraba a volver a casa. Cada vez que el autobús paraba, una multitud se agolpaba para subir; la gente en la parada se renovaba una y otra vez.Al final, solo quedó ella.Regina no sabía adónde ir.Un Maybach negro se detuvo junto a la parada. La ventanilla bajó, revelando el rostro atractivo y familiar de Gabriel.—Súbete.Regina se quedó perpleja un instante, pero reaccionó con rapidez. Murmuró un "ah" casi inaudible, recogió su bolso y subió al asiento del copiloto.Gabriel arrancó, alejándose de la parada.Al ver la dirección que tomaba, Regina se apresuró a decir:—Si quieres, déjame en cualquier hotel.Y añadió enseguida:—No tiene que ser de lujo, uno sencillo, de los económicos, está bien.Gabriel detuvo el carro en un cruce y se giró hacia ella.—¿Te peleaste con ella?Regina se sonrojó y desvió la mirada.—No... para nada... Es solo que Andi está con su novio y no quería molestar.Su reacción delató la verdad y Gabriel intuyó l
—Si para ustedes vale más una adoptada que su propio hijo, ¡pues me largo de aquí!Maximiliano se dirigió hacia la puerta.Su madre temblaba de rabia.—¡Maximiliano, te vas a arrepentir!Maximiliano vaciló apenas un instante, pero enseguida reanudó la marcha y salió a grandes zancadas....Regina regresó a la tienda con unos tés helados.El ambiente en la tienda estaba raro. Regina, extrañada, preguntó:—¿Qué pasó?—Acaba de venir la jefa a ver cómo iba todo.Regina asintió. Andrea le había dicho que hoy pasaría a buscarla a la tienda.—¿Y dónde está?—Ya se fue.Una compañera repartió los tés, les puso popote y, después de dar un sorbo, continuó:—Hoy la jefa andaba de un humor pésimo. Se puso como loca, hasta le gritó a Vero y la hizo llorar.—¡Ay, claro que no lloré! —protestó Vero.—¡Pero si tenías los ojos rojos!Otra compañera asintió también y comentó, todavía con algo de temor:—Uf, sí da miedo cuando se enoja la jefa. Ni yo me atreví a decir nada. ¿No será que ya le va a bajar?
A Regina se le llenaron los ojos de lágrimas al escucharla.Si tanto había deseado estar con Maximiliano, era en gran parte por formar parte de esa familia, porque la señora y el señor Valderrama la habían tratado como a una hija.—Regi, ya no me voy a meter en lo tuyo con Max, pero tienes que volver a casa. Las cosas están complicadas ahora, es peligroso que una chica viva sola por ahí, ¡no me quedaré tranquila!—Ahora vivo con Andi, no se preocupe por mí, ¡estoy muy bien!—¿Andi?La señora Valderrama sabía que la mejor amiga de Regi era la hija de los Sáenz.—¿Vive sola?—Sí, Andi compró un departamento y me mudé con ella. Estamos muy contentas juntas.La señora Valderrama sabía que los Sáenz eran una familia acomodada y que Andrea era hija única, la adoraban. Si Regi vivía con ella, no debería haber problema.Sin embargo, suspiró.—Pero no estás aquí, ¡y te extraño, Regi!—¿Y si le pido a Max que se mude y tú regresas conmigo, sí?Regina sonrió con suavidad.—Señora, si me extraña,
—¡Qué tonterías estás diciendo!Alicia no podía creer lo que oía de su hijo. Conocía perfectamente el carácter de Regi, mejor que nadie.Cada vez que esa muchacha estaba cerca de Maximiliano, la ilusión y el cariño le brillaban en los ojos, eran imposibles de disimular.—Mamá, si no me crees a mí, que soy tu hijo, ¡pregúntale a ella!Las miradas de los presentes convergieron en Regina.Aunque no quería decepcionar a Alicia, tampoco deseaba seguir enredada con un patán como Maximiliano.—Alicia, ya tengo novio.El asombro se dibujó en el semblante de Alicia.—¿Regi? Pero ¿no te llevabas muy bien con Maximiliano?«Apenas llevamos fuera quince días mi marido y yo... ¿Cómo es que estos dos ya andan cada uno por su lado?».—Maximiliano y yo… es que siempre lo vi como un hermano. Nunca hubo otro tipo de sentimientos.Maximiliano clavó en ella una mirada oscura, difícil de interpretar.—Pero, Regi, cuando te pregunté si querías casarte con mi hijo, parecías muy contenta, ¿no?—Fue una tonterí
Regina estaba en la tienda ayudando a una clienta a probarse un vestido cuando recibió la llamada de la señora Valderrama. Se disculpó con su colega y tomó un taxi de regreso a la residencia de los Valderrama.Doña Carmen la esperaba afuera. En cuanto la vio, le contó que los señores habían regresado de su viaje y que, al enterarse de que se había mudado, se habían puesto furiosos. Ahora mismo tenían a Maximiliano en casa, reprendiéndolo.—Señorita Regina, debería volver a casa —la instó doña Carmen—. La señora la quiere mucho, ¿sabe? Hasta le trajo regalos del viaje. En cuanto llegó, preguntó por usted, ¡ni siquiera por el señor Maximiliano! Para ella, usted es como una hija, ¡más importante que su propio hijo!Doña Carmen seguía hablando, pero Regina no respondió. Al acercarse a la puerta, oyó los gritos furiosos de un hombre desde el interior:—¡Si piensas meter a esa actrizucha a esta casa, va a ser sobre mi cadáver!—¡Crash!—El sonido de algo estrellándose contra el suelo resonó
Regina se quedó paralizada.Gabriel Solís, al ver que no respondía, sintió que su comentario había estado un poco fuera de lugar y rectificó con rapidez:—Siéntate, por favor. Le digo a don Luis que venga a llevarte.—No, es mucha molestia. Mejor me quedo aquí esta noche.Gabriel, que justo iba a tomar el celular, alzó la mirada al escucharla.Regina se sintió un poco descubierta. Se tapó la boca con la mano disimulando un bostezo.—Este… ya me dio sueño. ¿Cuál es el cuarto de visitas? Ya me quiero ir a dormir.—Es el segundo de allá.—Ok.Regina se dirigía hacia donde le señaló, pero tras un par de pasos, recordó algo y se volteó, algo apenada:—Pero… no traje ropa para cambiarme.Gabriel se levantó, fue a su cuarto y regresó con una camisa limpia.Al ver que le ofrecía una prenda suya, Regina sintió que se le subían los colores.La luz del salón iluminaba el ligero rubor en las mejillas de la joven. Gabriel lo notó.—Está nueva.—Ah, gracias.Regina tomó la camisa, entró al cuarto de
Recibió una llamada de la caseta de vigilancia del fraccionamiento. Gabriel dio la autorización y, al poco rato, sonó el timbre.Se puso las pantuflas y fue a abrir. Al abrir la puerta, se encontró con una mujer.Su expresión denotó contrariedad.—¿Qué haces aquí?Regina levantó la bolsa que traía.—¿No fuiste tú quien me mandó un mensaje por WhatsApp para que te trajera medicinas?Gabriel miró la bolsa de plástico con las cajas de medicina. Estaba empapada por la lluvia y aún estaba escurriendo.Regina también estaba mojada. La blusa no tanto, pero los pantalones, de las rodillas para abajo, estaban completamente empapados, igual que sus zapatos. Un pequeño charco ya se había formado a sus pies.Al notar la mirada fija de Gabriel, Regina supo que no era bienvenida. Sintió una presión en el pecho, pero recordó que él la había ayudado ese día y decidió no darle importancia. Le tendió la bolsa.—Ten, ya me voy.Gabriel tomó la bolsa. Regina se dio la vuelta, dispuesta a marcharse.—¿Podr
—¡Ya sé! A Héctor le gustan las mujeres con experiencia, de esas imponentes que toman el control en la cama. Regina es demasiado modosita, ¡Héctor se aburriría con ella!La ocurrencia provocó una carcajada general.Héctor le dio una patada amistosa al que había hablado y dijo una maldición entre dientes. Cuando su sonrisa se desvaneció, se volteó hacia Ricardo y le advirtió:—Regina ya tiene novio, déjala en paz. Si resulta que el tipo es problemático, te vas a meter en un lío gordo.—¿Pues no estamos aquí casi todos los importantes de la Ciudad de México? Pocas familias se comparan con los Luna. ¿A poco crees que Ricardo le va a tener miedo a un noviecito de Regina que ni la cara da?—A menos que a ti, Héctor, te interese Regina, yo me encargo de que Ricardo la conquiste. ¡De su novio me ocupo yo!Héctor vio que, a pesar de su insistencia, seguían sin tomarlo en serio, como si fueran unos completos ingenuos. Su expresión relajada se endureció.—Siempre hay alguien más arriba, ¿entiend