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Capítulo 3

Author: Camilo León
Al final del pasillo, frente a la puerta del baño, Lilia estaba en el suelo, llorando desconsoladamente.

Delante de ella, estaba Lucas con una expresión feroz, frente a un grupo de niños:

—¡Eso te pasa por decir que Mateo es tu papá! ¡Te lo mereces!

Dicho esto, le dio una patada en el estómago a Lilia. Ella gritó de dolor e intentó escapar, pero otros niños detrás de Lucas la agarraron.

—Mi mamá dice que niños como tú, que destruyen familias, no deberían haber nacido.

—¡Eso es lo que le hacemos a niñas como tú!

Lilia, entre lágrimas, agitaba las manos para defenderse. Lloró hasta quedarse sin aire:

—¡Estás mintiendo! ¡Ese es mi papá!

—¡Papá, mamá, vengan a ayudarme!

—¡Me duele, me duele mucho!

—¡Papá, mamá, ¿dónde están?

Al ver lo que pasaba, me sentía completamente furiosa.

Al darse cuenta de mi presencia y mi cara furiosa, los niños se miraron unos a otros y, aterrorizados, salieron corriendo en diferentes direcciones.

Alcé a Lilia en mis brazos y noté que estaba temblando sin parar. Llamé a la ambulancia de inmediato.

—No tengas miedo, cariño. Mami está aquí, mamá está aquí para protegerte.

Cuando llegó la ambulancia, otros padres se acercaron para ver qué había pasado.

Con Lilia en brazos, corrí hacia la ambulancia.

Al pasar, vi a Mateo sentado tranquilamente, jugando con Lucas, construyendo su torre, mientras Renata le limpiaba el sudor.

Al escuchar el alboroto, Mateo levantó la mirada, algo confundido, y se acercó preguntando:

—¿Qué ocurrió? ¿Qué le ocurrió a Lilia?

Antes de que pudiera responder, Renata tiró de su brazo:

—Mateo, prometiste que hoy sería todo para Lucas. No sabes lo feliz que estaba anoche cuando le dije que pasarías el día completo con él.

Mateo dudó por un momento, mientras yo ya estaba subiendo a la ambulancia con Lilia.

Lilia había perdido el conocimiento, y los médicos comenzaron a atenderla en la ambulancia.

Una doctora levantó cuidadosamente la camiseta de Lilia y, al ver su estado, exclamó horrorizada:

—¡Cómo pudieron hacerle esto a una niña tan pequeña!

Empecé a llorar. No podía soportarlo.

La piel delicada de Lilia estaba llena de manchas moradas y azules, y un moretón del tamaño de un puño en su espalda.

El cuerpo de mi hija temblaba sin control. El médico estaba preocupado:

—¡Urgente, tráiganme los instrumentos!

Lilia fue estabilizada después de dos horas, que parecieron eternas. Durante ese tiempo, la culpa y la rabia se unieron en mi interior, creciendo como una tormenta eléctrica.

Mi madre, llorando, me reprochó:

—¿Cómo pudiste permitir que le pasara esto a tu hija? ¿No ves el dolor ha tenido que soportar?

Desde la cama del hospital, Lilia, conectada a un suero, abrió los ojos débilmente y, con una mirada confusa, me preguntó:

—Mamá, ¿por qué todos dicen que papá no me quiero?

—Pero Lilia sí tiene papá, ¿verdad?

—¿Por qué papá ya no protege a Lilia?

Con un beso suave en su frente, le respondí:

—Mamá siempre, siempre protegerá a Lilia, porque eres el mayor tesoro de mami.

—Pero a papá, somos nosotras las que ya no lo queremos.

Cuando regresé al jardín infantil, el día de la familia estaba en su última actividad: pintar un retrato familiar juntos.

Mateo estaba coloreando pacientemente, con Lucas tranquilamente acurrucado en sus piernas, mientras Renata les tomaba fotos, sonriendo.

Era la imagen perfecta de una familia feliz, una familia perfecta.

¿Pero por qué mi hija estaba ahora en el hospital, mientras los culpables disfrutaban de esta felicidad?

Sin decir nada, me acerqué y, sin previo aviso, le di una fuerte bofetada a Renata.

El impacto la hizo tambalearse y chocar contra el borde de la mesa detrás de ella.

El sonido de la cachetada dejó a todos boquiabiertos.

Mateo gritó furioso:

—¡Selena, ¿qué estás haciendo?!

Corrió a abrazar a Renata, mirándola con preocupación:

—¿Te duele, Renata? ¿Estás bien?

Renata, con voz débil y lágrimas en los ojos, dijo:

—Selena, seguro que esto es un malentendido. Te pido disculpas.

Me reí fríamente:

—¿Eso es todo? ¿No te parece que falta algo?

Dicho esto, levanté mi mano para zamparle otra cachetada de nuevo. Mateo, al ver mi intención, trató de detenerme.

Cambié de dirección y le di una bofetada a Mateo. Sus mejillas quedaron marcadas con cinco dedos rojos.

Mateo se quedó paralizado por segundos antes de ponerse a gritar como loco:

—¡Selena, estás más loca que una puta cabra! ¡No te mereces el amor que te he dado!

En ese momento, la profesora del jardín corrió para intervenir, y me preguntó qué estaba pasando.

Con el dedo apuntando a Lucas, respondí entre dientes:

—¡Ese niño malcriado llevó a otros niños a golpear a mi hija!

Apenas terminé de hablar, Renata, con prisa, dijo:

—¡Eso no puede ser! Lucas es un niño muy bueno. Mateo, tienes que creerme.

Di un paso adelante y respondí:

—¿No puede ser? Entonces, ¿por qué crees que vino una ambulancia hace un momento?

Mateo se puso frente a Renata y Lucas, haciendo de escudo:

—Son niños, ¿qué malas intenciones podrían tener? Es normal que jueguen y se peleen un poco. Eres tú quien está haciendo un escándalo y, además, vienes a golpear a la gente. ¡Qué vergüenza!

Dicho esto, Mateo me empujó con fuerza y me tiró al suelo. Mi mano se raspó contra el pavimento y comenzó a sangrar.

Los lambones de Mateo empezaron a burlarse y a insultarme:

—¿Será que vino a hacer un escándalo porque sabe que el señor Mateo es rico? ¡Qué vergüenza!

—Mírala, claramente buscando dinero. Espera a que los abogados de Las Alas se encarguen de ella.

—Seguro intentó ligar con Mateo y, como no pudo, vino aquí a molestar. ¿No ve que está a años luz de Renata?

—¡La típica amante desesperada!

En ese momento, se escuchó el ruido de varios motores. Frente al jardín, se detuvieron tres lujosas camionetas empresariales.

Un padre con buena vista exclamó:

—¡Esos vehículos tienen el logotipo de Las Alas! ¡Son autos especiales para los ejecutivos!

Otro, que quería caerle bien a Mateo, dijo:

—¡El señor Mateo no es un cualquiera! Seguro que ya llamó a los abogados de su empresa.

Luego, volvió a insultarme con una sonrisa sarcástica:

—Estás acabada. ¿No sabes que los abogados de Las Alas nunca pierden? Prepárate para pagar y para ir a la cárcel.

Mientras tanto, un padre que era influencer, con teléfono en mano, transmitía en vivo emocionado:

—¡Amigos, hoy tenemos un gran espectáculo! ¡Síganme para ver lo que les pasa a las locas como esta tipa!

Renata, al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, miró a Mateo, emocionada, mientras Lucas estaba parado, con una cara arrogante.

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