—¡Qué alegría, Daniela! Me hace muy feliz que después de tantos años quieras volver —exclamó mi tío con voz entusiasmada al otro lado del teléfono.Apenas colgué, Carlos apareció en la habitación envuelto en un perfume dulzón y penetrante que no era el suyo.—¿Con quién hablabas? —preguntó sin verdadero interés, con la mirada clavada en su celular.Antes de que pudiera responderle, su teléfono sonó y la voz melosa de una mujer llenó el espacio:—Señor Rivera, gracias por traerme las medicinas el otro día. Si no fuera por usted, mi resfriado se habría puesto peor. ¡No sé qué haría sin usted!Noté cómo Carlos, visiblemente incómodo, se apresuraba a bajar el volumen.Me mantuve en silencio, sintiendo lo irrelevante que se había vuelto todo esto. Al fin y al cabo, ¿no estábamos en proceso de divorcio? Seguí con mis tareas, calentándome un vaso de leche como siempre lo hacía.Mientras tanto, Carlos, después de terminar su dulce conversación telefónica, se acomodó en el sofá con sus periódic
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