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Unos días después. Magnífica zona residencial.

El sábado por la mañana, la pareja, tras terminar de desayunar, emprendió sus rutinas individuales de fin de semana, que se habían convertido en una parte familiar de sus vidas.

Los últimos días habían traído una sensación de tranquilidad y paz entre ellos. Mia, que comprendía a su marido y su comportamiento, se sentía sorprendentemente feliz conviviendo con él.

Ahora se daba cuenta de que la frialdad habitual de Shawn no era más que una coraza que ocultaba su vulnerabilidad. Eran iguales: solitarios, abandonados y vulnerables.

Al llegar al hospital, Mia se dirigió al ascensor con gran entusiasmo. Salió por su planta y recorrió el pasillo del hospital con calma.

Se detuvo frente a una sala, giró el pomo y entró.

Se acercó con pasos medidos a la cama de la paciente 305 y se sentó en la silla que había junto a ella. Suavemente, cogió la mano de la persona, adornada con un pulsioxímetro en el dedo índice.

En voz baja, dijo: "Mamá, estoy aquí
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